martes, 10 de julio de 2012

Buscándote a tientas.


Dónde sea que estés, quiero decirte esto.

La noche que te conocí el tiempo no podía ser más agradable. El sol resplandecía entre las olas, y el calor de la arena, la brisa marina mecía mi pelo de un lado para otro de una forma tan relajante. Tu estabas tan lejos, apenas podía distinguirte. Te observé durante horas desde la misma dirección.

El sol se estaba poniendo. Comenzó a correr un viento fresco y me dispuse a irme. Entonces apareciste a mi lado. No supe cuando llegaste, o cuanto  tiempo llevarías a mi lado. Tampoco pude pensar mucho en aquel momento.

Vi tus ojos, aquellos ojos tan arrebatadores. Aquellos ojos tan tiernos y sinceros como el cielo. Entonces lo supe. No podía dejarte ir. Y si lo hacía, nunca me lo perdonaría. Cogiste mi mano y me encaminaste hasta el fin de la noche.

Acariciaste mi mejilla mientras observábamos la luna, sentí mis mejillas encenderse y tu mano continuó bajando hasta mi cuello. ¿A dónde ibas a llegar? Sentiste como mi pulso se aceleraba. Estaba asustada. Pero en el fondo me sentía seguro a tu lado. Era como temer al abismo. No sabía que había una vez hubiera caído, pero que más me daba en ese entonces el abismo.

Cogí tu mano y la guíe hasta mi corazón. Tus ojos se encontraron con los míos y busqué a ciegas tu mano para sujetarla. La luna estaba en todo su esplendor. Alumbrando cada rincón de aquella desierta playa.

Acaricié tu mejilla y seguí el camino hacia tus labios. La respiración se entrecortaba, el pulso se aceleraba, y poco a poco nos fuimos acercando me tumbaste en la arena.

Mi boca comenzó a sentir la sed de besarte. No sabía cuando lo harías o cuando yo me lanzaría. Quería besarte y probar aquella fruta prohibida, la caída al mismo abismo...Quería probarte y enloquecerme al hacerlo.








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